Los (insatisfactorios) cumpleaños de una leona poco fiera

Agosto. Debería gustarme. Es el mes en que madre me parió. Bueno, en realidad no lo hizo porque me precipitaron a la vida mediante cesárea. Abrieron la barriga de madre y dijeron “venga, bebita, te vamos a sacar al mundo”. Y yo dije “noooooooo” y no les mordí los guantes porque aún no había echado los dientes y no les pegué una patada en sus partes blandas porque sólo había tenido nueve meses de entrenamientos en un espacio sumamente reducido y no poseía el conocimiento necesario de los puntos débiles de las personas humanas. Madre no sabía que yo era una chochona, entonces no se estilaban las ecografías esas. Y cuando le dijeron que era niña, dijo “gracias, Dios mío, gracias”. Y el médico le dijo “De nada, mujer, de nada”. Hay doctores que van de un sobrao que pa qué. Visto retrospectivamente, creo que madre hubiera cambiado la frase y hubiese dicho “Dios mío, es niña, como quería, sí, pero ¿por qué me las ha mandado bilibiana?, ¿qué he hecho yo para merecer esto?”. Obviamente, esto soy yo. ¿Y qué culpa tengo yo de que el espermatozoide macbolliano de padre ganara la carrera a los demás y se metiera en el óvulo macbolliano de madre? ¿Por qué, después de dos abortos, madre tuvo que llevarme a mí hasta el final del embarazo? En fin.

Nunca cumplí los años en Barcelona hasta ya entrada la veintena larga. Los agostos los pasaba siempre en un lugar de Extremadura de cuyo nombre no quiero acordarme. Cuando era muy niña no estaba mal. O será que tengo memoria selectiva y sólo me acuerdo de los buenos momentos, algunos inmortalizados en viejas fotografías: macbollix con la tarta de cumpleaños encima de un burro y agarrada a una muñeca; con dos gallinas en brazos, con las rodillas peladas de alguna caída en esas calles imposibles por perseguir gatos…, jugando con otros niños, incluso…. Aunque eso duró poco.

Como he sido siempre rara, por supermegahipertímida además de (o precisamente por) bollera, cuando entré en la adolescencia no me uní a ninguna pandi del pueblo, pandis todas ellas de nombre horrendo y de significado ridículo. Lo cual supuso que no me lié/enamoré/casé con ningún tío de allí o que veraneaba allí, que era lo suyo, ni tengo ningún amig@ allá. Tal vez si hubiera existido la pandi de las tortis… Pero, claro, la Extremadura profunda es sinónimo de homofobia… Que nada de ello es excusa, no obstante. Porque hay documentado fehacientemente al menos un maricón que se integró en peñas pueblerinas y que ahora veranea allí algunos días, sólo o con novio o con rollete. Pero, francamente, si tienes clara tu orientación ya desde mucho antes de que te salgan las tetas, y eres más bien apocada por naturaleza, eso de vivir la adolescencia con naturalidad y como la gente normal es un poco complicado y más lo era en la época de los primeros 90s. Al menos lo fue para mí. En resumiendo, que los cumples de la adolescencia/juventud fueron más bien oscuros. Si no contamos las borracheras que me pegaba con mi prima la que aún habla menos.

Luego me tocó seguir yendo al pueblo en la edad adultilla. Para llevar a mis padres con el coche, una vez que padre ya no podía conducir por su enfermedad. 800 km en una jornada maratoniana de 12 horas, cagándome en todos los camiones que veía por la carretera y a los que tenía que adelantar, para llegar exhausta a un lugar donde no me esperaba ninguna alegría. Así que a los dos días cogía la viajera (ello es, autocar) y me volvía a Barcelona. A la nada ya conocida y familiar del resto del año. Y luego volvía a final de mes para recogerlos y volver a hacer 800 km con el coche. Estos cumples fueron solitarios, etílicos y olvidables. Literalmente, porque no me acuerdo (o no me quiero acordar) de prácticamente ninguno… Bueno, exagero, el del año pasado sí que lo recuerdo: fui a casa de mi hermano a celebrarlo, pero porque cayó en domingo, que si no de qué. A toro pasado, creo que fui muy idiota en el 2006. Fue el único año en que podía haber celebrado mi cumple por todo lo alto; de verdad. El único que me podía haber dejado con buen sabor de boca. Porque entonces tenía una novia, y en aquel momento aún me quería. Pero la fui a visitar en agosto y me quedé demasiado poco tiempo, con lo cual para la fecha del fatídico aniversario del día en que un doctor se le reveló como Dios a madre, yo ya estaba lejos de ella. Debería haberme quedado todo el mes. Debería haberme regalado a mí misma el único buen cumpleaños de mi vida. Alguna espabilada pensará “Bueno, si te hubieras quedado todo el mes, te habría dejado antes, así que…” Así que aún espero el año en que pueda pasar un buen cumpleaños. Pero no creo que ya llegue. Tampoco es tan importante, ya lo sé, sólo es un día más. Pero es otra de las múltiples carencias emocionales de mi vida. Vacíos afectivos que supongo que un despreciable bicho raro extraterrestre como yo no puede eludir.

Agosto ya ha dejado de ser sinónimo de pueblo. Ya el año pasado no estuve. Y éste, madre ha dicho “bueno, pos si no quieres ir a llevarme… (tic, tac, tic, tac, tic, tac)…, me voy en la viajera con tu tía, porque este año yo sí quiero ir”. Y yo he dicho “ya estás tardando”. Mañana se va. Muy poquísimas veces volveré yo ya al pueblo ni aunque viviera 100 años. Y madre va, básicamente, además de para comerse raciones de ancas de rana y guarrillo y cotillear con todas sus paisanas, para echar pétalos de rosas a la plaza de toros del pueblo…(¿¡). Conmemoraciones suyas. Supongo que mi padre fue feliz allí, por eso nos hizo esparcir sus cenizas en semejante lugar. Es un buen principio. Que te tiren allí donde has sido feliz. Aunque si el lugar tuviese su encanto y fuese bonito, sería mejor. Lo que me lleva a pensar que a mis cenizas les gustaría que las lanzaran en la playa de Benijo…Aunque mi alma probablemente huiría para perderse en algún lugar apacible del casco antiguo de Girona. Además de un despreciable bicho raro extraterrestre, sigo siendo tonta e imbécil.

Bueno, se supone que la semana que viene estaré por el sur de Francia. Así que en el próximo post comentaré cosas de los gabachines y de sus tierras. Que se preparen.