lunes, 5 de junio de 2006

la oveja de color imposible

Entre mis rarezas de bicho social está por ejemplo el no molestarme el silencio en una conversación. Si no se tiene nada que aportar que supere la belleza del silencio pues mejor te callas, en vez de soltar alguna de las múltiples tonterías que los seres humanos suelen decir. Se puede pensar que no, que mejor decir la primera gilipollez que se te ocurra porque así se establecen las relaciones y se obvia el silencio, esa cosa tan incómoda. Mi madre es de esta opinión, según ella en el mundo sólo se dicen tonterías, pero que decir tonterías es importante para no quedar aislado socialmente. Debe de ser algo así. Para incrustarte en la sociedad, habla siempre, aunque sea estupideces o aunque te repitas, que esta es otra, la de anécdotas escuchadas trescientas veces que se habrán introducido por nuestras orejas. Yo prefiero callar y parecer imbécil a abrir la boca y corroborar la sensación. Aunque eso me convierta en alguien taciturno y callado, una antipática vamos, según la gente. Pero no es eso, es que no tengo muchas veces cosas mejores que dar que superen al silencio y prefiero callar. Soy rara.
También está luego una cosa que no entiendo, que es la dependencia absoluta de los demás. La gente muchas veces actúa, se viste, hace o no hace cosas o dice tal y cual para agradar a los demás. A mi madre, como buena pueblerina, le importa muchísimo el qué dirán. El que los demás no tengan por qué hablar mal de ti. Lo cual es una tontería, porque la gente critica hasta a las piedras, pobres, que sólo hacen que estar ahí en medio, sin hacer nada. Y comportándose así el mundo, una nunca sabe cómo son en realidad, porque actúan en función de los demás, son hipócritas. No sé. Yo no. Soy rara.

También siguiendo con la importancia de los demás. A veces la gente pone punto en lo que haces cuando se supone que deberían hacer otra cosa. Por ejemplo en los funerales y tal. Que si mengano no me dio el pésame, que si fulano no vino al entierro, el mu cabrón, que yo he ido siempre que se le han muerto su gente. ¿No deberían estar llorando lo suyo, simplemente? Además, en esos momentos lo de más agradecer es que la gente pase, y que si entran en tu vida sean discretas. Yo lo prefiero. Pero yo soy rara. En el entierro de mi padre, hubo una de la family que solo aparece en los BFS (no, no son los monólogos de buenafuente, son bodas, funerales y similares). Y estuvo en primera fila dale que te pego un montón de rato, cumpliendo con su obligación social. Pero daban ganas de decirla, “oye, tú, me sobras mucho en este momento, ya que no apareces por nuestra vida casi nunca, ahora también podrías estar fuera, ¿no te parece?”. En fin. No hace falta que cumplan, si en el fondo ni lo sienten lo suficiente, ni nada por el estilo.

La gente quiere tener un millón de amigos como el roberto carlos ese (el que canta con el micro), pero para qué? Hay mucha hipocresía, mucho quedar bien, mucho “ay, qué dirán si…”, mucha tontería hablada, pero poquita sinceridad. Lo bueno es tener dos o tres amigos de verdad y punto y poder ser tú mismo con ellos. Aunque básicamente te dediques con su complicidad a reírte de la gente y despellejarlos vivos, porque tú mismamente eres un tertuliano en potencia de salsa rosa, con alguna dosis de originalidad, tal vez, o una marivazquez que te choteas de los demás y de sus sentimientos. Lo malo es cuando no tienes nada y encima eres víctima de esos tejemanejes, varias veces. Los raros siempre recibimos. Entre los jóvenes también está la cosa de que para ser cool y vivir y tal se tienen que probar las drogas, cuantas más mejor, y follar mucho, mucho y con alguien diferente cada vez. Si no lo haces, eres un muermo odioso digno de ser víctima de chistes pretendidamente graciosos. Y encima sé sensible, que recibirás ración doble. Por bicho raro.

Dice una muchacha que lee esto que estoy muy belicosa últimamente, pero es que soy una amargada que por cada caricia social (¿he recibido alguna de hecho?) recibo 35 puñetazos. Es normal que esto esté envenenado. A los bichos raros al final la sociedad se las hace pagar todas juntas. No se puede pretender ser bicho raro y seguir entre la gente. Simplemente es imposible. Pero tampoco sé ni puedo cambiar, y además no me da la gana, no quiero ser una borrega más del rebaño, yo seré siempre la oveja de color imposible, la que no encaja en ninguna parte.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Voy todas las mañanas a la Escuela. El metro está lleno de gente. Casi todo el mundo va a su aire, está en sus pensamientos, parándose quizás en el peinado de la negra o en la cinturilla de algodón que le asoma a esa bollo por debajo de su pantalón muy ancho. Yo tengo todo el día por delante para pensar en mis cosas, para hacer un esfuerzo por pensar lo que me piden, y para lograr no pensar lo que me ponen delante. Son meros ejercicios de mi mente, que sólo me gratifican hasta cierto punto. Y que no me llevan a ninguna parte.. o sí. pero
Mi emoción está a cero. Punto muerto. La bollo no sale de su ipod. Su mirada vaga por encima de la gente, y la gente me incluye a mí. Me fagocita.
Poco a poco me voy acostumbrando a la negra y a su peinado. Me encantan esas marquitas que tiene por las mejillas. y los ojos tan negros, con el blanco tan blanco. Pero no me sonríe. Me gustaría una sonrisa suya. Una mirada cálida. Un gesto dedicado.
El viejo junto a la puerta del metro parece enfadado. Me recuerda a mi abuelo, que en realidad era tierno, divertido y el único abuelo sobre la tierra.
Una parada más. La negra desciende del vagón y asciende a su vida. Allí se abrazará con los suyos. Bailará, supongo. Y reirá y pensará y dedicará sonrisas.
Ya no está el abuelo. Casi no me importa. Tampoco tengo al mío ya. Casi nunca le tuve.
De pronto estoy triste. De pronto me mira la chica de los pantalones bajos tan bajos como mi ánimo. No está buena, pienso, pero tiene algo. De pronto es especial, porque ve que yo existo. Que yo he visto que ella existe. Me dedica una sonrisa, tímida, de chica dura y quizás con no demasiadas habilidades asociales. Las chicas duras me gustan. Por lo menos son honestas. Una sonrisa suya vale por veinte de las otras. De esas que se dan forzadas y desfiguran el gesto. que te dejan el alma con sensación de haber sido víctima de una ilusión, de un timo.
Llego a casa por la tarde. no he visto a nadie en el metro con quien compartí viaje por la mañana y no pensamientos. Al entrar al ascensor me encuentro con tres personas que viven en el edificio. Sé muy poquito de ellas pero al menos sé que volveré a encontrarlas de vez en cuando. En el portal, la escalera, en alguna calle del centro.. Y que me dedicarán alguna sonrisa, como yo a ellos. Y algunas palabras con el mismo valor que la sonrisa de reconocimiento. Valor racional: 0.5. Valor emocional: un poco más que cero.

Anónimo dijo...

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Anónimo dijo...

¿Tiene el mismo valor una caricia que un puñetazo?